Escrito por: Mariel Hernández Maldonado
Muchas personas, críticos gastronómicos, cinéfilos, fanáticos del arte, familias completas, solitarios, viajeros empedernidos y turistas promedio han calificado a San Miguel de Allende como una de las ciudades más bellas para pasear, ya que sus calles empedradas, su kiosko, su catedral, su ambiente y su oferta de todo tipo de espectáculos y opciones de entretenimiento dejan a todos los estilos de viajeros satisfechos después de pasar uno, dos, tres o los días que sean empapados de una atmósfera que ninguna otra ciudad puede dar.
A tan solo cuatro horas en coche de la Ciudad de México, entre las montañas se oculta una de las ciudades más espectaculares del mundo. Andando por los caminos de asfalto de pronto entre los encrespados montes se asoma la parroquia de San Miguel Arcángel que pareciera querer rasgar el cielo con sus afiladas puntas y elevados techos; seguimos avanzando y encontramos que la catedral se encuentra rodeada de techos de teja que son la protección de cientos de casas y hoteles que aún cuentan con ese aire antiguo de pueblo, de pueblo mágico en donde no solamente se cocinan eventos que tienen impacto a nivel mundial, sino que guarda entre sus callejas el secreto de la tradición mexicana, de las señoras moliendo nixtamal y atendiendo a misa del domingo.
Quienes no conocen San Miguel de Allende pueden llegar a pensar que se trata de un típico pueblo en donde la vida muere a las 8 de la noche, las calles huelen a maíz y los niños juegan en las calles con cualquier cosa que se encuentran, sin embargo es más que eso, en San Miguel podemos encontrar boutiques de talla internacional con las piezas más exquisitas de artesanía; cuadros, esculturas, bordados, vajillas adornadas a mano y pequeños motivos mexicanos, podemos encontrar también pequeñas fondas en donde las señoras aún cocinan hasta las tortillas a mano y abren la puerta de su sala para dejar entrar a los hambrientos comensales ya sean extranjeros o nacionales, quienes no saben que están a punto de experimentar la sazón típica de la cocina mexicana; prueban un pedazo de historia y tradición.
Por supuesto que cuenta con el típico kiosko al rededor del cual cobran vida los pequeños detalles de la vida diaria que hacen las tradiciones del pueblo: el organillero, el pájaro que lee el futuro, los percherones paseando imponentes por las calles, los restaurantes sirviendo a las personas ahí en la calle al lado de donde pasan los pueblos aledaños camino a la parroquia para celebrar el aniversario de sus patronos.
San Miguel de Allende, para quienes lo conocemos, es una postal imborrable, una postal que cada momento que la recordamos cobra vida en nuestras mentes, pues así es San Miguel de Allende: vida.
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